23 diciembre 2016

Plaza de Ramales

   Otra de las plazas de Madrid con nombre de batalla. Aunque esta plaza se debería llamar Plaza de los Palacetes, hay dos en el breve espacio que ocupa este lugar, más conocido por ser el lugar donde se supone está o mejor dicho, estuvo, enterrado Velázquez, restos que nunca se encontraron. En este país ya se sabe cuáles son los únicos muertos que importan.

  Como he mencionado los palacetes en esta entrada y en un post anterior mencioné a la nobleza, ahora me viene a la memoria la historia de un amigo que siempre me estaba contando que era Marqués y Conde, no sé exactamente de qué o de dónde, porque aunque me lo dijo infinidad de veces, nunca conseguí recordarlo. 

  Los títulos le venían de su tatarabuela, mujer activa, decidida y valiente, y que siendo hija única y heredera de los títulos nobiliarios que poseía su familia, no se le ocurrió otra cosa, que fugarse y casarse con su verdadero amor, un sastre sin ningún vínculo con la nobleza, renunciando así a títulos, tierras y prebendas. Sus más ofendidos que disgustados padres, inmediatamente al conocer la noticia la desheredaron y la impidieron volver a pisar sus tierras. Su tatarabuela, al cabo de muchos años, murió feliz, enamorada y plebeya.

  Yo nunca creí esta historia hasta el día en que mi amigo recibió una carta del Ministerio de Justicia con el membrete de la Casa Real, informándole de que si en el plazo de seis meses no reclamaba los títulos que por ley le correspondían, estos serían adjudicados a otra persona merecedora de tal distinción. Mi amigo rápidamente fue a informarse del procedimiento para recuperar dichos títulos, procedimiento que era bien sencillo, previa acreditación de su identidad y el abono de la insignificante suma de medio millón euros, los títulos, que no rentas, ni tierras, ni ningún bien material porque habían dejado de existir, serían restituidos a su titular.

  La novia de mi amigo, que mantenía a su vez oculta la relación con él, por temor a que sus aburguesados padres no lo aceptaran, insistió a mi amigo para que recuperara los títulos tuvieran el coste que tuvieran.

  Mi amigo, que decía estar tremendamente enamorado y siendo fontanero de profesión, se fue a trabajar a Kuwait, como jefe de mantenimiento en una concesión que tenía en esa zona el Canal de Isabel II, a razón de trabajar 14 horas diarias y cobrar 8 mil dólares USA al mes. Al quinto mes en su nueva ocupación, pidió 15 días de vacaciones, a cuenta de años venideros, y regresó a Madrid. En esos 15 días solicitó un préstamo al banco, pagó las tasas correspondientes para recuperar sus títulos, su novia le presentó a sus burgueses padres, se casaron y se volvió a Kuwait, donde, según los cálculos que hicieron, todavía tenía que estar 9 años más por allí.

  De esto hace ya tres años, yo ya no he vuelto a ver a mi amigo y me consta que su mujer de momento tampoco.

Nota: Creo que esta es una historia de amor muy bonita y muy propia de estas fechas. La historia de la tatarabuela de mi amigo, claro.

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