09 noviembre 2016

El Viaducto

   Qué les voy a contar a ustedes que no sepan ya sobre el Viaducto. Ese Viaducto que tiene Madrid, que por arriba soporta la calle Bailen y por abajo lo atraviesa la calle Segovia. Así que creo, que lo mejor que puedo hacer en este post, es mostrarles este par fotografías y contarles lo que me sucedió allí un día, del que no recuerdo el número, ni el mes al que pertenecía y ni siquiera el año en que se encontraba.

   Sólo recuerdo que era media mañana, el día era claro y caluroso, muy caluroso, de esos días en que el asfalto desprende una especie de neblina, que te hace pensar…, que te hace pensar que tanto el calor como el frío, están hechos para los ricos, para los muy ricos.

  Yo, agobiado por mis circunstancias, y pensativo en mi condición de no muy rico, ni siquiera rico, ni medio rico, cruzaba andando el viaducto dirección Puerta de Toledo. A pocos pasos, frente a mí, surgió una figura de mujer. Una aparición esbelta y cegadora. Nuestras miradas se encontraron y al cabo de unos segundos, me dijo:

-Recuerda que te conozco y que sé dónde vives-.

  Rápidamente giré la cabeza hacia la sofocante neblina y aceleré el paso. Pensando sobre el encuentro, decidí que la frase era muy teatral, además creí haberla escuchado en más de una película, por lo que intenté no darle más importancia y seguir caminando, casi corriendo.

    A unos prudentes 25 metros, volví la vista atrás para ver si la figura seguía por allí, pero ella ya no estaba. Instintivamente miré hacia abajo del viaducto, por si la chalada esa había decidido saltar desde él y poner fin a sus días, cosa muy frecuente, por otra parte, hace unos años en ese lugar, dejándome a mí con la dichosa frase en mi mente para que me atormentase durante una temporada, haciéndome parecer el culpable de todos sus males.

  Miré a ambos lados del viaducto y, afortunadamente, nada parecía indicar que por allí había saltado alguien.

Una parte menos conocida del viaducto
  Sofocado y nervioso, por el calor y el encuentro, nada más cruzar el viaducto busqué el fresco que proporcionan las calles angostas dirección Plaza de la Cebada. Ya en la plaza entré en el mercado, sí, antes había allí un gran mercado de abastos tradicional, el Mercado de la Cebada, ahora hay algo, pero no es un mercado y no sé exactamente muy bien como definir qué es lo hay allí.

  En el mercado se estaba fresquito, aproveché para despejarme un poco y comprar un par de botellas de Barbadillo, unas gambas, unas quisquillas y un par de nécoras. Así, le daba una sorpresa a mi chica y me olvidaba del incidente mañanero. Antes de coger el metro en Latina para ir a casa, me tomé una cerveza bien fría en La Bobia, cuando La Bobia era La Bobia, ahora se llama igual pero ya no es lo mismo.

 Cuando llegué a casa y abrí la puerta, la figura esbelta y cegadora, estaba nuevamente frente a mí, me miró con sus preciosos ojos azules y me dijo:

      -Creo que estás mal, no sé si mal o muy mal, pero necesitas salir de Madrid unos días, nos tomamos el vino y las gambas y nos vamos-. 

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