02 diciembre 2015

Plaza de Santa Ana

  Podría haber elegido unas cuantas imágenes, seguramente mejores que esta, para hacer un relato de esta plaza. Podría haber escogido la fachada del Teatro Español, o la del hotel Reina Victoria, también haber fotografiado las estatuas de Calderón o Lorca, incluso fotografiar uno de los laterales de la plaza que está a rebosar de cervecerías, algunas con infinidad de años en sus barriles. Pero he elegido esta foto, para contar una historia que me ocurrió ahí hace algún tiempo.

  Una noche, al salir del teatro, después de haber asistido a la representación de la obra de Lorca, La casa de Bernarda Alba, dos tipos chocaron contra mí y caímos los tres al suelo, los dos tipos se levantaron rápidamente y salieron corriendo,  yo me quedé confuso al principio, hasta que una chica se acercó a mí y me ayudó a levantarme, a ella le habían robado el bolso, que ahora estaba junto a mí, los tipos que chocaron conmigo. Estaba nerviosa y agradecida, nerviosa por el trance que había sufrido y agradecida porque pensó que yo intencionadamente había participado en la recuperación del bolso.

  La chica era una maravilla, no sé si aturdido por el golpe o por la situación, su cara y su cuerpo me parecieron una preciosidad. Ella vivía en el edificio que sobresale en la fotografía y me invitó a acompañarla a casa para tomar algo y reponernos del susto, cuando subíamos en el ascensor, de reducidas dimensiones, sentía todo mi cuerpo en tensión, la miraba y en mi cabeza aparecían mil imágenes a cuál más pasional. Cuando entramos en su casa, me dijo que me sentara y me pusiera cómodo, ella iba a preparar un café y a cambiarse de ropa, mis latidos y mi imaginación estaban totalmente desbordados en ese momento, pero cuando la vi regresar,  mi cabeza y mi libido estallaron en mil pedazos. Se presentó ante mí, con un pijama de franela, una bandeja con dos cafés, un pequeño cazo con leche, unas pastas, un vaso con hielo, una botella de whisky y 50 euros debajo del vaso con hielo. Yo miré lo que traía, la miré a ella, que por cierto, con pijama y todo seguía siendo una preciosidad, y no daba crédito a lo que estaba sucediendo, volví a mirar una y otra vez toda aquella escena y al final decidí levantarme y marcharme.

  Ya en la calle, me senté en una de las terrazas que pueblan la plaza mirando al edificio del que acababa de salir, me pedí un whisky, esta vez sin hielo y pensé en lo que acababa de suceder, pensaba que tal vez me había precipitado, que mi impaciencia y mi mente me habían traicionado, tal vez si me hubiera tomado el café y el whisky, después todas mis fantasías se hubieran hecho realidad, pero lo de los 50 euros me pareció un tanto absurdo, aunque tal vez debería de haberlos cogido y haber empezado una nueva profesión. Ni siquiera sabía su nombre, ella tampoco el mío, era todo un mar de dudas, dudaba en volver a subir a su casa y pedirle disculpas por haberme marchado así, dudaba, porque tal vez huí por miedo a que mi imaginación tuviera razón, dudaba, hasta de que los tipos que ahora estaban mirándome fijamente de pie frente a mí, eran los mismos que hacía un rato chocaron contra mí, dude tanto, que ahora estaban sentados en mi mesa, tomándose mi whisky, quitándome mi cartera y volviendo a correr.

  Después de toda esta historia, sigo yendo a esa plaza, me gusta, aunque ahora con 50 euros sólo te da para un par de sentadas. A ellos les veo de vez cuando, ya no me quitan nada, pero se parten de risa cada vez que me ven, a ella no he vuelto a verla, y me hubiera gustado.

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