13 diciembre 2015

Casa de Campo

  La Casa de Campo, el Benidorm dominguero de muchos madrileños, el pulmón castigado de la ciudad. Lugar de encuentro de runners, mountainbikers y jubilados. Lugar de encuentro en busca de amor pagado, de infartos camuflados, antes más que ahora. Lugar pretendido de actividades acuáticas, incluida la pesca de no sé sabe muy bien qué tipo de peces, los entendidos dicen que son carpas, lugar de controversia sobre su lago, que si su origen proviene de un manantial subterráneo, que si no proviene de ahí, al final el romanticismo se pierde y no deja de ser agua estancada. Lugar de visita al Parque de Atracciones, al Zoológico, al Teleférico, con cierto tufo a rancio, aunque seguramente ahora algunos dirán que montarse en él tiene cierto aire vintage.

  He recorrido la Casa de Campo de norte a sur y de este a oeste, la recorría un par de veces por semana con mi perro Willy, al principio él a su bola, detrás de perras, conejos y liebres, cuando las había, yo buscándole y llamándole, después llegamos a un acuerdo,  yo le esperaba en un chiringuito, de los muchos que había en el parque, y él volvía cuando se cansaba. Durante catorce años nos vimos envejecer juntos, los primeros años el tiempo de espera era de cuatro o cinco horas, las que se tiraba corriendo por el campo, luego paulatinamente fue acortando sus andanzas, hasta que el último año se sentaba conmigo en el chiringuito y juntos veíamos la vida pasar, en este lugar tan cerca y tan lejos de Madrid.

No hay comentarios:

Publicar un comentario