05 marzo 2016

Paseo de la Castellana

  Este “paseo”, si no fuera por la cantidad de tráfico que soporta, sería de los paseos más bonitos e interesantes que hacer por Madrid, donde guiñando un ojo se pueden encontrar un buen puñado de imágenes que merecen la pena plasmar, como esta que propongo ahora (en siguientes post ya iré colgando más) en la que se aprecia como el vigilante divino siempre está presente aun en la distancia, aunque a nivel financiero hace grandes excepciones. 

  No sé exactamente el número del Paseo en que está tomada, pero sí sé que está cerca de la Glorieta de Emilio Castelar, interesante personaje, de la segunda mitad del siglo XIX, y gran orador, según cuentan, algo realmente que se echa en falta en estos días.

  La imagen tampoco está muy lejos de la embajada USA, cuna así mismo de grandes oradores, pero estos de otro tipo, siempre intentando convencernos de que existe un mal, contrario al bien que ellos representan, y al que hay que combatir. Yo hay cosas de los norteamericanos que admiro, pero hay otras que no dejan de sorprenderme y es que desde los orígenes de su reciente historia siempre han estado buscando y encontrando al malo de la película. Primero los encontraron dentro de su propia casa, pero de diferente raza, una vez acabado con ellos, buscaron a los malos entre sus propios congéneres con parecido resultado a los de diferente raza, salvo que a estos no les encerraron en ninguna reserva. Ya limpia la casa de malvados, empezaron a buscarlos por los alrededores, encontrando unos cuantos, entre ellos los españoles, asentados en una paradisiaca isla y a los que no se nos ocurrió otra cosa mejor, que “hundir” su “buque insignia” el acorazado Maine, para pasar a engrosar las filas de los malos, malísimos y con idéntico resultado que los anteriores, expulsados de la paradisiacas islas, menos mal que a ellos les pasó lo mismo, más de medio siglo después, para que la isla volviera a pertenecer a sus verdaderos propietarios. Y así siguen ellos hoy en día, los malos van cambiando pero los buenos siguen siendo los mismos y el discurso no evoluciona.

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