Parece que la cosa va de Isabeles, mejor dicho, de la misma
Isabel, últimamente en este blog, pero les aseguro que es mera casualidad y de que nuevamente no hablaré de ella, sino que aprovechando esta foto
contaré una brevísima historia relacionada con el deseo, la ambición y la necesidad.
Hablar de la historia del Canal de Isabel II, entidad
encargada del suministro y la calidad del agua, no sólo de la ciudad de Madrid,
sino de toda la Comunidad, no tiene mucho sentido en este blog, ya que existen
otros muchos donde conocer su historia y su gestión, e incluso su Fundación. Y
hablar de Cleopatra, que por casualidad su nombre sale en la fotografía, tiene mucho menos sentido, pero sí intentaré hacer un mix que
resulte lo más curiosos posible.
En un lugar en medio de una tierra quemada y en 100 km a la
redonda, el único que disponía de un pozo, con agua clara y abundante era yo.
Todos los habitantes de aquel lugar querían comprarme aquel pozo, unos con
buenas artes, otros con no tan buenas, pero yo siempre me negaba y simplemente
compartía la vida y el agua de mi pozo. A cambio, ellos me llenaban de favores,
unos íntimos y personales, otros materiales y banales. Así iban pasando los
años y todo parecía ir más o menos bien, y todos parecíamos más o menos satisfechos.
Imagen de una de las salas de la Fundación Canal |
Ella y yo acabamos casándonos, ante la expectativa y la
incertidumbre de los vecinos y vecinas, de qué es lo que pasaría con el agua del
pozo. Yo, demostrando mi gran capacidad de sacrificio, me ofrecí para que todo
siguiera igual, pero mi mujer, en un acto que la dignificaba, se negó en
rotundo, e hizo que pusiéramos el pozo a su nombre, para así, eximirme a mí de
toda culpa de lo que pasara con el agua de aquel maravilloso pozo.
Lo que
ocurrió después no se lo contaré, pero sí les diré que yo ya no tengo pozo, ni
mujer, ni vecinos, ni vecinas.
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